martes, 14 de octubre de 2008

Misa de 12 CAPÍTULO 9







No acababa de encontrar su sitio en la ciudad, por lo que decidió buscar un entretenimiento que le ayudara a a pasar el tiempo de forma mas amena. Lo primero que pensó fué en tratar de encontrar algún amigo, alguien que de verdad supiera escucharle y entenderle, como María, pero no sabía muy bien por donde empezar a buscarlo. Ya había hecho algún intento, en la estación, donde sabía que había mucha gente, en el trabajo, en los parques, donde la gente iba a relajarse. Pero nunca le acababan de tomar en serio, siempre acababan riéndose del pequeño muñeco de madera, pensando que se trataba de algún tipo de broma. ¿Quién iba a tomar en serio a alguien que vivía en un cuerpo de niño de madera? En cierto modo lo entendía. Pero él lo siguió intentando, allí donde sabía que la gente se reunía. Lo intentó en bares, pero solo consiguió que lo mantearan varias veces. Lo intentó en colegios, pero solo consiguió que los niños se rieran de él y los padres lo insultaran y amenazaran por miedo a que les pudiera hacer algo a sus hijos. Lo intentó en el gimnasio, en la playa, en el metro... Pero todo falló, no acababa de encajar en ningún lugar.
Casi había perdido la esperanza cuando oyó hablar de un lugar donde la gente iba completamente relajada, donde la gente iba a ayudar al prójimo, a darse la paz. Y no lo pensó dos veces, se barnizó la pajarita, se quitó el polvo de los ojos, y se fué a ese lugar llamado iglesia, donde seguro le recibirían como a uno mas.
La primera impresión fué muy positiva, el sitio era precioso, un antiguo edificio lleno de bonitos dibujos y estatuas, un poco frío, pero bastante acogedor.
La gente (casi todos mayores) le acogió muy bien. No eran muy habladores, parecían estar muy concentrados en sus propios pensamientos, como tratando de hablar con alguien que está muy lejos, aunque lo hicieran muy bajito... Rezar, le dijo alguien que se llamaba, rezar para hablar con Dios, con el creador. Eso le descolocó bastante, no había oído hablar hasta ahora de un creador de humanos, él sabía muy bien quien le había creado, y como. Su cuerpo era de roble, tallado a mano, un trabajo duro, pero nada que no pudiera hacer un buen carpintero. El hecho de que estuviera vivo, ya era otra historia mas dificil de esplicar (aunque siempre estuvo convencido de que no era el único, o al menos el primer caso, ya había oido comentar algo sobre un tal pinocho...). Pero ¿Un creador de humanos? Eso era algo impresionante. ¿Como los haría?
Fué tal su curiosidad, que no pudo resistir la tentación de preguntar al encargado del local, un hombre alto, de pelo canoso, vestido con una túnica blanca que le daba cierto aire místico, como uno de esos videntes de líneas 806 a los que veía algunas noches en la tele y que eran capaces de ver el futuro de las personas, cosa que le impresionaba mucho, como es natural.
El cura, pues así se llamaba el hombre de la túnica, le contó, a groso modo, la historia de Dios y de Jesús, el hijo de éste, que bajó a la tierra para dar su vida por los humanos, para ser su mesías, su salvador.
La historia no estaba mal, no acabó de comprender del todo el argumento, pero le pareció mas o menos entretenida (como la última película que vío en el cine), lo malo fué cuando el cura le enseñó la imagen de Jesús. Aquello fué una revelación, allí estaba Jesús, crucificado delante de él, y aquello le estremeció. Algo se le removió por dentro. Jesús era de madera, como él. Pero, ¿Como no se había dado cuenta antes? ¿Como no lo había imaginado? Tenía que ser de madera, si era un ser superior, debía ser de madera, como él, no podía ser un piel blanda como ellos, no habría sido tan bueno como decían. Pero lo que le pareció fatal fué que lo tuvieran crucificado. Aquella cara de sufrimiento le partió el corazón, por lo que no se lo pensó dos veces y saltó a rescatarlo.
La cruz era demasiado pesada, por lo que no pudo descolgarla de la pared, pero si qué fué capaz de separarlo a él de su cruz, aunque para ello tuviera que arrancarle ambos brazos y parte de los pies.

¡No te preocupes, hermano, yo sé quien te puede reparar esto, quien te puede ayudar!

Gritaba, mientras tiraba de él. Pero enseguida se dió cuenta de que su esfuerzo era inutil. Era demasiado tarde, aquel ser estaba muerto. No había vida en sus ojos, seguramente llevaba demasiado tiempo colgado allí

¡Os odio! Les gritó, mirando a aquellos salvajes, capaces de contemplar aquella barbaridad impasibles. Pero antes de que pudiera decir algo mas, vió como una marea humana corría hacia él, bolsos en alto y con los ojos inyectados de sangre y odio.
Antes de que se diera cuenta, había recibido la mayor paliza de su vida, no recuerda en que momento preciso perdió el conocimiento, fueron tantos los golpes... Y todo por defender a alguien como él. Otro ejemplo de la crueldad y la intolerancia humana. Lo que mas le extrañó es que la mayoría de sus agresores fueron gente de avanzada edad, sobre todo mujeres, y aquel hombre de la túnica del que decían que repartía amor... Menos mal, si llega a repartir hostias...
Así que ahí tenemos a nuestro amigo, malherido, con sus piernas de madera astilladas, su pajarita rota y una terrible sensación de tener termitas en el cerebro comiéndole por dentro, algo que no sentía desde que le tallaron un nuevo peinado.
Otro intento fallido, no era fácil integrarse entre esos bárbaros de ideas cerradas, por lo que decidió seguir su camino sin intentar acercarse a ellos mas que lo necesario, si tenía necesidad de hablar, ya lo haría con su carpintero de urgencia. Si había algún humano en el que pudiera confiar, ese era él. Si hay alguno más... ya aparecerá por si mismo, no era bueno forzar las situaciones, pensó. Se arrastró hasta su casa, se sirvió un buen vaso de barniz a palo secó y pensó:

Que la paz sea con vosotros...
Besitos de madera...

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