miércoles, 15 de octubre de 2008

Dame cera que soy de madera CAPÍTULO 10


Monchito estaba contento aquel día, por nada especial, pero contento; quizás había empezado a aceptarse a sí mismo y al mundo que le rodeaba de una vez (que ya iba siendo hora). El caso es que aquel día estaba tan contento que decidió salir, hacer un poco de vida social y hacer otro esfuerzo por acercarse un poco a los humanos y hacer amistad con algunos de ellos.
Se dio un bañito de barniz, se pintó su mejor pajarita, se remarcó la rallita del pelo con un punzón y hasta se estiró un poquito las piernas para parecer algo mayor...
Y allí estaba él, dispuesto a comerse la noche (que era cuando más sociables se mostraban los humanos). Como no sabía muy bien a donde debía dirigirse, decidió dejarse llevar por la marea humana; siguió el ruido hasta llegar a una zona de ocio y allí vio cientos de paneles luminosos que le invitaban a entrar y divertirse. Se asomó a algunos de ellos, pero algunos eran tan ruidosos que era imposible intentar entablar una conversación con nadie, pasó a otro, pero éste era aún peor, ya que al volumen infernal de la música se unía el ritmo frenético de ésta, el cual era seguido a saltos por mil y un energúmenos con poco pelo que a punto estuvieron de pasarle por encima. Pero no se desanimó, aquella era su noche, había salido con un objetivo, hacer amigos y pasarlo bien, y no se iba a rendir tan fácilmente. Entró en el siguiente local, pero se encontró con más de lo mismo, mucho ruido y demasiada gente que le impedía el paso, por lo que decidió preguntar. Se paró frente a un hombre de aspecto tranquilo y le dijo:
Perdone señor, busco un sitio tranquilo pero con ambiente.
Siguió las indicaciones de aquel hombre, y pronto llegó a una zona donde todo parecía mucho mas tranquilo; un poco oscuro, pero seguía habiendo carteles luminosos, cada vez con mas colores, que invitaban a pasar.
Después de observar los carteles, se dirigió al que más le había gustado; un gran arco iris donde se podía leer en bonitas letras blancas: Club Arny.
Era un lugar maravilloso, como había imaginado. Había arco iris de colores por cada rincón, la gente le sonreía y le invitaba a sentarse a su lado allá donde iba, incluso algún señor muy simpático le tiró un beso a su paso. Sonrisas, besos, guiños de ojo... Eso solo podía significar una cosa, pensó; este lugar es el paraíso, aquí la gente sí que me entiende. No se lo pensó dos veces, se sentó al lado de uno de esos amables humanos y se presentó.
Buenas noches, soy Monchito.
Hola guapo, soy Manuel. Le respondió él.
Acto seguido, se entabló entre ellos una animada charla, muy agradable, al menos hasta que Manuel se puso un poco pesado, no hacía mas que decir que entendía, cosa que Monchito le agradecía muchísimo, porque estaba muy necesitado de comprensión, pero tanta...
Lo curioso vino después, cuando Manuel le empezó a presentar a todos sus amigos del local. Monchito estaba feliz; no solo iba a conocer a muchísima gente (todo hombres, curiosamente), sino que además, esa noche se sentía el centro de atención. Todo el mundo estaba loco por conocerle, algunos incluso hacían cola esperando su turno. Era algo increíble, nunca se había sentido tan querido ni tan feliz.
Pero pronto esa felicidad se tornó en extrañeza cuando vio algunas malas caras, como si compitieran entre ellos por acercarse más a él, por caerle mejor que el otro, por invitarle a una copa o enseñarle a bailar... Todos se morían por conocerle, por darle dos besos, por tocarle.... A la segunda caricia en el pelo empezó a extrañarse, pero no fué hasta el tercer pellizco en el culo hasta que no vió con claridad que allí se cocía algo raro, y al grito de ¡COMO ME SALTES LA PINTURA...! Abrió el pequeño compartimento de su espalda y sacó una pequeña navaja suiza que siempre llevaba escondida ante cualquier contratiempo o posible pequeña reparación. Enseño la bandera suiza lo primero de todo, para que nadie dudara de la calidad del cortante elemento, y acto seguido sacó la navaja por una lado y el sacacorchos por otro, previniendo así posibles ataques por la retaguardia y el frente; les miró con aire desafiante y les invitó a apartarse o a probar su navaja y sus zapatos de madera en sus partes mas blandas.

Pobre Monchito, él que había salido con intención de comerse el mundo y casi se come otra cosa... Pero así es la vida, unas veces se gana, otras se pierde y otras...

Y otras.... ¿Y otras qué? Mucho cachondeíto...
Me vuelvo a mi caja de madera, demasiadas emociones en una sola noche. Hoy dormiré con el pestillo puesto...
Besitos de madera...

No hay comentarios: