miércoles, 29 de octubre de 2008

Primera cita CAPÍTULO 14


Llegó el momento, ya no había marcha atrás ¿O sí? ¿Y si la llamara y le dijera que no, que aún era demasiado pronto? ¿Qué le había surgido algo, que estaba enfermo, que salía de viaje...? ¿Y si simplemente no se presentaba?

No, no podía ser, había dado su palabra, y para él, su palabra era algo sagrado, algo a lo que no se podía faltar. Y para que nos vamos a engañar, él estaba loco por verla, podía incluso notar los cambios de temperatura dentro de su cuerpo, desde el calor de su corazón, que llevaba días latiendo a un ritmo mas acelerado del habitual, hasta el frío que recoría su frente cada vez que gotas de sudor con olor a barniz la recorrían de arriba a abajo.

¿Latidos? ¿Sudor? ¿Nervios?.... ¿SENTIMIENTOS?

¿Cómo podía ser posible? Era algo que siempre había controlado a su antojo. ¿O es qué acaso los había tenido antes? Quizás ese fuera el motivo de tal descontrol, la absoluta falta de sentimientos que había demostrado hasta entonces. La vida había sido dura para él en algunos aspectos, pero por otro lado, también había sido muy sencilla en otros. Es duro ser un muñeco de madera a las órdenes de un ilusionista que te maneja a tu antojo, más aún si eres consciente de todo lo que pasa a tu alrededor. Pero, por otro lado, es fácil dejarse llevar y dejar que tomen todas las decisiones por tí, te ahorras muchos disgustos, más aún cuando la mayor parte de tu vida trascurre viajando de un lugar a otro en una caja de madera. Sin amigos, sin obligaciones, sin sentimientos....

Pero eso se acabó, había entrado en el mundo, poquito a poco, sí, pero de lleno. Tenía amigos, tenía un trabajo, empezaba a tener ciertas responsabilidades, como cuidarse a sí mismo, para empezar. Ya no era un muñeco de madera mimado, ahora se tenía que cuidar él mismo. Es mas, había notado muchos cambios en su cuerpo en todo este tiempo. Su corazón latía, su cuerpo se hablandaba, había llorado, su pelo caía si tiraba de él muy fuerte, ya no se peinaba con punzón (la última vez que lo hizo le dolió, incluso provocó que se le escapara una gota de sangre...). Cada vez era mas humano, lo sabía. Cada vez era mas humano... Y le gustaba.

Se miraba al espejo durante horas, y se gustaba cada vez mas. Cada día descubría una nueva expresión en su cara, algo que hasta ahora le era completamente desconocido, ya que solo su mandíbula era móvil. Ahora tenía sensibilidad en la cara, era increíble. En solo unos meses el cambio había sido brutal. No era humano del todo, pero ya podía pasar por uno de ellos perfectamente si se lo proponía.

Había pensado en aquel día mil veces, lo tenía todo estudiado. Había hablado con mucha gente intentando preparar la velada perfecta. Según sus amigos (gente de la residencia, la mayoría...) la velada perfecta debería ser una mezcla de visitas que comprendiera cosas tan dispares como una cafetería con su correspondiente café, un helado en el parque, un ramo de flores, un paseo por el parque, un tranquilo viaje por el lago en un barquito de remos, una cena en un restaurante caro, una buena película romántica en el cine con sus palomitas y su refresco, una copa de chanpagne francés en una terraza a la luz de las velas, un baile lento, un paseo bajo la luz de la luna, una poesía, una canción, un anillo, una rodilla en tierra, una mano no sé donde..... vamos, que fué un aluvión de ideas tan grande que no se quedó con nada de todo aquello, sobre todo porque ni entendió ni le gustaron la mitad de las ideas, aunque agradecía el interés que todo el mundo tenía porque su cita saliera bien, parecía que todo el mundo se interesaba por él.

Pero ya tenía sus propios planes, la llevaría al lugar más romántico del mundo, al fútbol, donde miles y miles de personas se reunían todos los domingos para juntarse en un pequeño espacio y compartir canciones y abrazos con gente que ni conocían. Era un espectáculo precioso de ver. Y aquellos atletas bailando tras el balón. ¿Se podía buscar un plan mejor?

Salió en su busca, recogió un ramo de flores en el jardín de la residencia y, habiendo cambiado el barniz por colonia (consejo del Sr. Antonio, habitación 315) se dirigió al centro. Había quedado con Raquel a la puerta de la estación de tren, aquella lúgubre estación que él conocía tan bien, justo bajo el reloj. Él iría vestido de etiqueta, con traje negro y pajarita roja; Ella llevaría un vestido verde, color esperanza (Esperanza, otra gran confidente y gran amiga a la que Monchito tenía especial cariño).

Se situó bajo el reloj, llegaba media hora antes de lo previsto, pero no podía esperar mas. Sus piernas temblaban, tanto que sus rodillas chocaban de vez en cuando, provocando un sonido que recordaba al de alguien golpeando la puerta con los nudillos, pero no podía evitarlo, los nervios le podían. Los minutos parecían horas, los segundos pasaban tan despacio en aquel reloj... La gente andaba como a cámara lenta, tanto que incluso tuvo miedo de que se le marchitaran las flores... Entonces le asaltó la duda. ¿Y si es ella la que no viene?

Notó como un calor subía por todo su cuerpo y al mirar el reflejo de su imagen en la vitrina de la puerta de la estación (por vigésima-tercera vez) vió como un tono rojizo iba invadiendo su cara de abajo a arriba, lo que le daba un toque aún mas infantil del que ya tenía.

Pero de pronto la vió, allí estaba ella, una chica menuda, apenas unos centímetros mas alta que él, con una larga melena morena, unos ojos grandes y negros que brillaban como dos piedras preciosas, un vestido verde que se agitaba al viento dejando entrever una figura llena de curvas cuando se pegaba a su cuerpo y, sobre todo, una amplia sonrisa que no solo mostraba una dentadura perfecta, sino que le daba un aire de buena persona que le impresionó a distancia. Fué lo que mas le llamó la atenció, esa cara angelical que denotaba que no había sido un sueño, que ella era real, y no solo le había parecido buena chica por teléfono y carta, sino que le había parecido mejor aún en persona...

Ella se acercó a él y le saludó, le dijo que tenía un aspecto gracioso con aquel traje y aquel ramo de flores, que parecía una persona alegre en medio de un entierro, con aquella amplia sonrisa que tenía. El no pudo ni responder, se limió a sonreir y a alargar la mano para entregarle las flores, algo que ella agradeció besando su mejilla tras olerlas. Aquello casi le derrumba, no sabía como reaccionar. Había olvidado por completo el plan, ya no sabía si tenía que invitarla a cenar, a comer, a dormir, a irse... Seguía allí, parado, bloqueado por completo, pensando si aquello que le estaba pasando era real, mientras ella, sonreía y hablaba con él tratando de ser amable. De pronto le entró el pánico, pensó que ella se reiría de él, que no iba a ser capaz de controlar la situación, de decirle una sola palabra... Y cuanto mas lo pensaba, más débil se volvía, mas le invadía esa sensación de descontrol. Pero entonces sucedió; ella le miró a los ojos, cogió su mano y le dijo:

Sabía que eras tímido, pero no tanto. No te preocupes, no tienes que hablar si no quieres, hemos hablado tanto ya, que siento que te conozco desde hace años, sígueme, vamos a dar un paseo.

Ahí fué cuando lo vió todo claro, ella era simplemente perfecta. Y no, no hacía falta hablar, él también sabía lo que había que hacer, solo hacía falta dejarse llevar, cogió su mano y echó a andar. Antes del segundo paso ya fué capaz de mirarla y decirle: Gracias por venir, me ha encantado conocerte...

Así empezó todo, poquito a poco, como las cosas buenas, las que se piensan mucho, las que se mastican bien... poquito a poco....

No podía dejar de mirarla, cosa que a ella le resultaba gracioso, hasta ahora los hombres la miraban por su baja estatura o por su extraña figura, era un poco rellenita para su altura, lo que le daba un aire bastante gracioso, pero desde luego no era la típica mujer a la que los hombres le cayeran rendidos a sus pies, es más, solían ser crueles con ella o tratarla como si le hicieran un favor estando con ella ( algo que le asqueaba ), pero él era diferente, él la miraba como nadie lo había hecho, sus ojos desprendían tanta ternura... Era una mirada con la inocencia de la de un niño, y eso le gustaba.

Pasearon durante toda la tarde, hablando lo poco que a él le permitieron sus nervios, pero disfrutando tanto como les permitió el tiempo ( que desde entonces pasó tan rápido...).

Y llegó la hora de despedirse, algo que a él le dolió solo de pensarlo, pero al ver que ella estaba tan ansiosa como él por repetir la velada (que al final se quedó en un paseo por el parque y una charla en un banco llena de miradas entre incómodos y nerviosos silencios), asique se despidió de ella con dos besos y un apretón de manos (que se alargó durante un minuto que pareció una hora) y cada uno se fué por su lado, volviendo la cabeza a cada paso y con una sonrisa que casi dolía...Volvió a su cuarto y aquella noche no pudo dormir, porque no pudo sacarla de su mente, no podía esperar a volver a verla.


Raquel.....

Raquel....

Raquel...


Besitos de madera....

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