jueves, 16 de octubre de 2008

Sexo, droga y pasodobles CAPÍTULO 11


Últimamente, Monchito no podía quejarse, la vida no le iba mal, empezaba a entender mejor el mundo de los humanos, incluso había hecho algún que otro acercamiento a alguno de ellos; no podía decir que estaba rodeado de amigos pero, por ejemplo, había conocido a María, había charlado con aquellos hombres tan simpáticos del Arny (hasta que se habían puesto un poco cansinos) y cada vez le costaba menos salir y mezclarse entre ellos. Solo había un problema, aunque él no tenía problema por la comida, ya que le bastaba con chupar un palillo al día para saciar su hambre, ni tenía problemas con el alojamiento, ya que su caja no era muy pesada y podía dormir en ella en cualquier parte (otra cosa era ponerla a buen resguardo cuando salía); pero el problema era el barniz, se le estaba acabando el barniz y su navaja suiza necesitaba un buen afilado. Además, ya casi no tenía dinero para sus visitas al carpintero. Necesitaba un trabajo.

Después de pensárselo mucho y barajar muchas opciones, se dió cuenta de que ninguna le llamaba especialmente la atención. Lo primero que pensó fué ganar dinero rápido trabajando como estatua urbana, al igual que había visto por las calles comerciales de la ciudad; no tenía problema para aguantar largo tiempo sin moverse, pero le pareció tan aburrido...

Preguntó a algunos conocidos, pero todos le ofrecían opciones que no le llenaban, como trabajar en un circo (como si él supiera hacer algo excepcional, pensaba, no era trapecista, ni domador... solo era un niño de madera vivo...), trabajar en televisión (igual que el circo, pensaba, pero con otro tipo de fieras...), jornalero en el campo (con lo que desgasta el sol la pintura)...

Total, que después de darle muchas vueltas, al final se le ocurrió algo que sería la solución a todos sus problemas. No solo trabajaría en algo que le gustaba, sino que además le valdría para conocer gente e integrarse aún mas en la sociedad humana.

No se lo pensó dos veces, gastó el poco barniz que le quedaba para abrillantarse de arriba a abajo y presentarse como un pincel. Salió de su caja, la cual escondió lo mejor que pudo, como siempre que salía, y se fué a preguntar donde podía encontrar residencias de ancianos. Sabía que los humanos tenían la costumbre de amontonar a los viejos en estos locales, donde les hacían hablar entre ellos, ya que no paraban de hablar y se vé que eso les molestaba en casa (seguramente por esa manía que tenían de ver la tele a todas horas). No le fué dificil encontrar una residencia, y lo mas sorprendente, tampoco fué dificil que le aceptaran allí para trabajar, es más, enseguida les gustó la idea de que pasara el tiempo que quisiera con los ancianos haciendo lo que mejor y mas le gustaba hacer, hablar con ellos, entretenerlos. Le extrañó un poco el mote que le pusieron: Monchito, el niño castañuela, era algo que no acababa de entender, pero él seguía feliz, dando palmas y cantando con ellos.

Pasaba horas y horas hablando con ellos, pero no solo hablando, les encantaba cantar con él, las mujeres se volvían locas por bailar con Monchito (cuanto mas agarrados, mejor), y él se sentía como en casa allí, porque no solo hablaba y disfrutaba con ellos durante todo el día, sino que por la noche, después de las pastillas, todos caían rendidos a una hora razonable, con lo que podía dormir sin que nadie le molestara. Incluso tenía su propio cuarto en la residencia, donde podía guardar su caja (junto con sus pinturas, barnices, su cajita de palillos,etc) sin miedo a que nadie los tocara o que la lluvia o el viento la deteriorara.

Por una vez, sintió que las cosas empezaban a irle bien. Esa primera noche, después de tanto ajetreo, colocó sus cosas en su nuevo hogar y se metió en su caja con la mas amplia de las sonrisas, mientras pensaba, mirando el aterciopelado forro de la puerta de su caja.


¿Qué mas se puede pedir? Bueno, ya puestos... ¿Habrá una muñequita a mi medida...? Quién sabe...


Besitos de madera...


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