viernes, 31 de octubre de 2008

Poquito a poco CAPÍTULO 15


Después de la primera cita, no tenía otra cosa en la cabeza, todo lo que pensaba era estar con ella, aunque seguía con miedo a que ella se echara atrás en algún momento por culpa de su cuerpo de madera... Pero él se estaba humanizando, cada vez mas, asique llegaría un momento en el que eso ya no sería un problema, pero entonces, ¿Por qué tenía tanto miedo a que ella le rechazara? ¿ Y por qué ahora ya no quería ser de madera, cuando antes le parecía lo mejor de él?

Ya no le importaba dejar de ser de madera, había llegado el momento de elegir, o seguir siendo un ser de madera, o acabar de integrarse completamente en el mundo. Gran decisión; dejar de ser de madera era renunciar a todo lo que había sido, pero sobre todo, perder su inmortalidad; tendría un cuerpo blando como los humanos y tendría todos sus defectos. Pero por otro lado, el ser humano tenía un lado bueno, estaba Raquel...

No hubo que pensarlo mucho, decidió optar por Raquel, aún sin estar seguro si ella le aceptaría o no, pensó que merecía la pena intentarlo, además, el seguir luchando por humanizarse le ayudaría a cambiar de vida, acabara o no conquistando a Raquel. Estaba un poco cansado de su inmortalidad y de ver la vida tan clara como la veía, en cierto modo envidiaba a los humanos; eran imperfectos, sí, pero disfrutaban mucho mas que él de la vida, él solo veía lo malo, ellos sabían ver el lado bueno de todo, y disfrutarlo, por supuesto, asique cerró los ojos y deseó con todas sus fuerzas que ese proceso de humanización que estaba viviendo continuara cambiándole. Pero sobre todo, deseó que su relacción con Raquel continuara, poquito a poco, porque quería que todo fuera perfecto.

Se miró al espejo y vió como su cara empezaba a arrugarse un poco, el paso del tiempo empezaba a notarse en su piel, como en la de cualquier otro, pero esta vez no le preocupó, lejos de correr por el barniz como habría hecho antes, no pudo evitar sonreir, porque le pareció que aquello era bueno, es más, se atusó el pelo con la mano y comprobó lo placentero que era hacerlo sin tener que utilizar un punzón para peinarse. Ese día pasaron dos cosas que reafirmaron mas aún su decisión de no evitar su humanización, una es que María apareció en la residencia, aquel día se le juntaron sensaciones contradictorias; por un lado, sintió lástima de ella, ya que había perdido bastante movilidad, y no era todo lo que había perdido, no se acordaba de él, de hecho, algunos días no se acordaba ni de su propio nombre. Pero por otro lado, fué tal su alegría cuando la vió, que se le iluminó el día, no pensó en como ella se estaba deteriorando, sino en todo lo que el podría hacer por ella; a partir de ese día podría cuidarla, acariciarla, darle de comer... Hacer su estancia allí lo mejor posible. Lo segundo que pasó aquel día fué una llamada de teléfono, de Raquel, por supuesto, pidiéndole otra cita, porque según ella, la primera había sido de lo mas divertida. Pero lo mejor no era que le llamara, lo mejor era su tono de voz, se la notaba nerviosa, incluso un poco tensa, se notaba que no era él el único que esperaba algo mas que una buena amistad de aquella relacción, lo que le hizo sonreir durante todo el día, es más, en cuanto colgó el teléfono, no pudo evitar cantar y bailar en su pequeño cuarto, loco de alegría, pensando en qué hacer en su segunda cita:


Creo que ha llegado la hora de una cena romántica, de esas románticas llenas de flores de las que todo el mundo habla. Pero, ¿A cuánto está el kilo de flores, y como se cocinan...? Esto no es nada fácil...


Besitos de madera...

miércoles, 29 de octubre de 2008

Primera cita CAPÍTULO 14


Llegó el momento, ya no había marcha atrás ¿O sí? ¿Y si la llamara y le dijera que no, que aún era demasiado pronto? ¿Qué le había surgido algo, que estaba enfermo, que salía de viaje...? ¿Y si simplemente no se presentaba?

No, no podía ser, había dado su palabra, y para él, su palabra era algo sagrado, algo a lo que no se podía faltar. Y para que nos vamos a engañar, él estaba loco por verla, podía incluso notar los cambios de temperatura dentro de su cuerpo, desde el calor de su corazón, que llevaba días latiendo a un ritmo mas acelerado del habitual, hasta el frío que recoría su frente cada vez que gotas de sudor con olor a barniz la recorrían de arriba a abajo.

¿Latidos? ¿Sudor? ¿Nervios?.... ¿SENTIMIENTOS?

¿Cómo podía ser posible? Era algo que siempre había controlado a su antojo. ¿O es qué acaso los había tenido antes? Quizás ese fuera el motivo de tal descontrol, la absoluta falta de sentimientos que había demostrado hasta entonces. La vida había sido dura para él en algunos aspectos, pero por otro lado, también había sido muy sencilla en otros. Es duro ser un muñeco de madera a las órdenes de un ilusionista que te maneja a tu antojo, más aún si eres consciente de todo lo que pasa a tu alrededor. Pero, por otro lado, es fácil dejarse llevar y dejar que tomen todas las decisiones por tí, te ahorras muchos disgustos, más aún cuando la mayor parte de tu vida trascurre viajando de un lugar a otro en una caja de madera. Sin amigos, sin obligaciones, sin sentimientos....

Pero eso se acabó, había entrado en el mundo, poquito a poco, sí, pero de lleno. Tenía amigos, tenía un trabajo, empezaba a tener ciertas responsabilidades, como cuidarse a sí mismo, para empezar. Ya no era un muñeco de madera mimado, ahora se tenía que cuidar él mismo. Es mas, había notado muchos cambios en su cuerpo en todo este tiempo. Su corazón latía, su cuerpo se hablandaba, había llorado, su pelo caía si tiraba de él muy fuerte, ya no se peinaba con punzón (la última vez que lo hizo le dolió, incluso provocó que se le escapara una gota de sangre...). Cada vez era mas humano, lo sabía. Cada vez era mas humano... Y le gustaba.

Se miraba al espejo durante horas, y se gustaba cada vez mas. Cada día descubría una nueva expresión en su cara, algo que hasta ahora le era completamente desconocido, ya que solo su mandíbula era móvil. Ahora tenía sensibilidad en la cara, era increíble. En solo unos meses el cambio había sido brutal. No era humano del todo, pero ya podía pasar por uno de ellos perfectamente si se lo proponía.

Había pensado en aquel día mil veces, lo tenía todo estudiado. Había hablado con mucha gente intentando preparar la velada perfecta. Según sus amigos (gente de la residencia, la mayoría...) la velada perfecta debería ser una mezcla de visitas que comprendiera cosas tan dispares como una cafetería con su correspondiente café, un helado en el parque, un ramo de flores, un paseo por el parque, un tranquilo viaje por el lago en un barquito de remos, una cena en un restaurante caro, una buena película romántica en el cine con sus palomitas y su refresco, una copa de chanpagne francés en una terraza a la luz de las velas, un baile lento, un paseo bajo la luz de la luna, una poesía, una canción, un anillo, una rodilla en tierra, una mano no sé donde..... vamos, que fué un aluvión de ideas tan grande que no se quedó con nada de todo aquello, sobre todo porque ni entendió ni le gustaron la mitad de las ideas, aunque agradecía el interés que todo el mundo tenía porque su cita saliera bien, parecía que todo el mundo se interesaba por él.

Pero ya tenía sus propios planes, la llevaría al lugar más romántico del mundo, al fútbol, donde miles y miles de personas se reunían todos los domingos para juntarse en un pequeño espacio y compartir canciones y abrazos con gente que ni conocían. Era un espectáculo precioso de ver. Y aquellos atletas bailando tras el balón. ¿Se podía buscar un plan mejor?

Salió en su busca, recogió un ramo de flores en el jardín de la residencia y, habiendo cambiado el barniz por colonia (consejo del Sr. Antonio, habitación 315) se dirigió al centro. Había quedado con Raquel a la puerta de la estación de tren, aquella lúgubre estación que él conocía tan bien, justo bajo el reloj. Él iría vestido de etiqueta, con traje negro y pajarita roja; Ella llevaría un vestido verde, color esperanza (Esperanza, otra gran confidente y gran amiga a la que Monchito tenía especial cariño).

Se situó bajo el reloj, llegaba media hora antes de lo previsto, pero no podía esperar mas. Sus piernas temblaban, tanto que sus rodillas chocaban de vez en cuando, provocando un sonido que recordaba al de alguien golpeando la puerta con los nudillos, pero no podía evitarlo, los nervios le podían. Los minutos parecían horas, los segundos pasaban tan despacio en aquel reloj... La gente andaba como a cámara lenta, tanto que incluso tuvo miedo de que se le marchitaran las flores... Entonces le asaltó la duda. ¿Y si es ella la que no viene?

Notó como un calor subía por todo su cuerpo y al mirar el reflejo de su imagen en la vitrina de la puerta de la estación (por vigésima-tercera vez) vió como un tono rojizo iba invadiendo su cara de abajo a arriba, lo que le daba un toque aún mas infantil del que ya tenía.

Pero de pronto la vió, allí estaba ella, una chica menuda, apenas unos centímetros mas alta que él, con una larga melena morena, unos ojos grandes y negros que brillaban como dos piedras preciosas, un vestido verde que se agitaba al viento dejando entrever una figura llena de curvas cuando se pegaba a su cuerpo y, sobre todo, una amplia sonrisa que no solo mostraba una dentadura perfecta, sino que le daba un aire de buena persona que le impresionó a distancia. Fué lo que mas le llamó la atenció, esa cara angelical que denotaba que no había sido un sueño, que ella era real, y no solo le había parecido buena chica por teléfono y carta, sino que le había parecido mejor aún en persona...

Ella se acercó a él y le saludó, le dijo que tenía un aspecto gracioso con aquel traje y aquel ramo de flores, que parecía una persona alegre en medio de un entierro, con aquella amplia sonrisa que tenía. El no pudo ni responder, se limió a sonreir y a alargar la mano para entregarle las flores, algo que ella agradeció besando su mejilla tras olerlas. Aquello casi le derrumba, no sabía como reaccionar. Había olvidado por completo el plan, ya no sabía si tenía que invitarla a cenar, a comer, a dormir, a irse... Seguía allí, parado, bloqueado por completo, pensando si aquello que le estaba pasando era real, mientras ella, sonreía y hablaba con él tratando de ser amable. De pronto le entró el pánico, pensó que ella se reiría de él, que no iba a ser capaz de controlar la situación, de decirle una sola palabra... Y cuanto mas lo pensaba, más débil se volvía, mas le invadía esa sensación de descontrol. Pero entonces sucedió; ella le miró a los ojos, cogió su mano y le dijo:

Sabía que eras tímido, pero no tanto. No te preocupes, no tienes que hablar si no quieres, hemos hablado tanto ya, que siento que te conozco desde hace años, sígueme, vamos a dar un paseo.

Ahí fué cuando lo vió todo claro, ella era simplemente perfecta. Y no, no hacía falta hablar, él también sabía lo que había que hacer, solo hacía falta dejarse llevar, cogió su mano y echó a andar. Antes del segundo paso ya fué capaz de mirarla y decirle: Gracias por venir, me ha encantado conocerte...

Así empezó todo, poquito a poco, como las cosas buenas, las que se piensan mucho, las que se mastican bien... poquito a poco....

No podía dejar de mirarla, cosa que a ella le resultaba gracioso, hasta ahora los hombres la miraban por su baja estatura o por su extraña figura, era un poco rellenita para su altura, lo que le daba un aire bastante gracioso, pero desde luego no era la típica mujer a la que los hombres le cayeran rendidos a sus pies, es más, solían ser crueles con ella o tratarla como si le hicieran un favor estando con ella ( algo que le asqueaba ), pero él era diferente, él la miraba como nadie lo había hecho, sus ojos desprendían tanta ternura... Era una mirada con la inocencia de la de un niño, y eso le gustaba.

Pasearon durante toda la tarde, hablando lo poco que a él le permitieron sus nervios, pero disfrutando tanto como les permitió el tiempo ( que desde entonces pasó tan rápido...).

Y llegó la hora de despedirse, algo que a él le dolió solo de pensarlo, pero al ver que ella estaba tan ansiosa como él por repetir la velada (que al final se quedó en un paseo por el parque y una charla en un banco llena de miradas entre incómodos y nerviosos silencios), asique se despidió de ella con dos besos y un apretón de manos (que se alargó durante un minuto que pareció una hora) y cada uno se fué por su lado, volviendo la cabeza a cada paso y con una sonrisa que casi dolía...Volvió a su cuarto y aquella noche no pudo dormir, porque no pudo sacarla de su mente, no podía esperar a volver a verla.


Raquel.....

Raquel....

Raquel...


Besitos de madera....

martes, 21 de octubre de 2008

El mundo responde CAPÍTULO 13




Fueron varias las respuestas a su anuncio en internet, pero hubo una que le llamó la atención sobre todas ellas, y fué la de Raquel. En ella, una chica se describía como un espíritu solitario, acostumbrada a vivir aparte del mundo, ya que, por su pequeña estatura, solía ser discriminada por los demás, que le dedicaban burlas allá donde iba o no solían tomarla demasiado en serio cuando se presentaba a según que candidaturas de trabajo. Su historia le llamó la atención, incluso vió algunas coincidencias con la suya propia, ya que él también se sentía discriminado en cierto modo, no era fácil ser un muñeco de madera bajito en un mundo de humanos de considerable estatura, por lo que decidió contestar al anuncio de Raquel, y ahí comenzaron una serie de mensajes en cadena que, durante meses, fueron cada vez mas habituales y cada vez mas y mas esperados. De hecho, no pasaba un día sin que Monchito revisara su correo esperando un nuevo mensaje; decepcionante el día que no llegaba, toda una descarga de emociones el día que el sobre aparecía iluminado en su pantalla.
Tal era su obsesión, que hasta se compró su propio ordenador para pasar cada vez más y más tiempo hablando con ella en su tiempo libre de aquella manera tan particular, cambiando cartas a través de aquel aparato.
Hasta que un día surgió la gran pregunta ¿Cuándo nos conoceremos en persona?
Hasta aquel día, él estaba tan ilusionado con aquellas cartas, tan enamorado de aquel personaje que le hablaba a través de ellas, que no se había planteado siquiera la posibilidad de verla en persona. Ni siquiera se había planteado la posibilidad de que ella existiera como persona, era tan perfecta, tan comprensiva, tan humana...
¿Cómo era posible que una humana pudiera entenderle tan bien?
Ella quería conocerle, no vivían en la misma ciudad, aunque no era demasiado grande la distancia entre ellos, pero en ese momento, leyendo aquello, le dió un vuelco el corazón y no supo que responder.
Por un lado su corazón gritaba sí, y lo hacía tan fuerte y tan insistentemente, que su pecho latía como una de aquellas torres de altavoces que escupían ráfagas de ruido ensordecedor en las discotecas, vibrando a cada latido, a cada grito de afirmación.
Pero por otro lado, le invadió una sensación de pánico que le hizo temblar desde la cabeza a los piés, a punto estuvo de caerse de la silla.
Pero lo más curioso fué la avalancha de ideas que le azotaron la cabeza en un segundo, la mayoría de ellas de miedo. Miedo a mostrarse cara a cara a aquella dulce humana que le hablaba como nadie le había hablado nunca. Aunque él le había contado todo sobre él, ya que no quería mentirle para que luego se llevara una impresión equivocada, ella siempre bromeaba cuando él le hablaba de su cuerpo de madera. Pinochito, le solía decir, o la típica pregunta de si le crecía la nariz cuando hablaba con ella.
Aterrado por su reacción cuando viera como era en realidad, puso un sinfín de excusas para retrasar aquel encuentro tanto como pudo. Tanto, que volvió a su rutina de cartas diarias y llegó a descartar aquello de su cabeza. Empezaron a hablar por teléfono, así, pensó él, ella tendría menos necesidad de verle, al haber un lazo aún mas estrecho. Pero no fué así, ya que el hablar cada vez mas con él no solo le quitó la idea de verlo en persona, sino que ese deseo fué aún mas fuerte, por lo que Monchito debía tomar una decisión, seguramente la mas importante de su vida. Alejarse un poco más de ella a base de mas escusas y un toque de frialdad, o arriesgarse a mostrarse cara a cara para que ella viera como era realmente.
Aquella tarde, mientras lo pensaba en el patio de la residencia durante su descanso, sintió como su cara se humedecía. Dos grandes gotas cayeron sobre sus rodillas. Miró hacia el cielo, pero se sorprendió al ver que no había ni una sola nube, por lo que, en un principio, no encontró explicación a aquellas dos gotas. Pero al llevarse las manos a la cara, sintió como aquellas gotas, y algunas mas que resbalaban por sus mejillas, no venían de arriba, sino de sus verdes ojos, que agobiados por tanta presión, habían empezado a crear lágrimas por primera vez.
Eso le desconcertó en un principio (como todo lo que sucede por primera vez de forma inesperada), pero luego le hizo pensar, y llegó a la conclusión de que, por fín, se estaba humanizando, y por una vez sintió que no era tan malo como él pensaba.
Aquello le ayudó a tomar su decisión. ¿Por qué no? Pensó ¿Qué mejor momento que ahora?
Descolgó el teléfono, lo volvió a colgar... Esta operación se repitió varias veces. Hasta que decidió escribir, para hacerlo mas fácil.

Estimada Raquel, será un placer aceptar tu invitación de encontrarnos cuando tú quieras, espero que no me consideres demasiado atrevido si te pido que sea a la mayor brevedad posible, ya que tengo muchas ganas de que nos veamos por fín cara a cara. Solo espero no decepcionarte, ya que me tiemblan demasiado las manos para darme una buena capa de barniz y no sé como me verás.
Un saludo.
Monchito.


Apretó el botón de enviar y sintió otro vuelco en el corazón. No estaba seguro si su corazón se había vuelto loco o si había sido la navaja suiza que guardaba en su compartimento interior golpeando las paredes...
No, definitivamente no había sido la navaja, su corazón latía como no lo había hecho nunca, y su pecho, seguía vibrando de una manera extraña. Puso su mano sobre su pecho y notó algo que nunca había notado: Podía sentirlo. Sentía su corazón, sentía un latido fuerte y constante y las llemas de sus dedos se habían ablandado un poco, al igual que su pecho. Entonces pensó:

¿Estaré enfermo? ¿Tendré algo malo...? ¿ME PERDERÉ MI PRIMERA CITA?
Voy a pasarme el pronto y un paño caliente, a ver si me relajo...

Besitos de madera...

viernes, 17 de octubre de 2008

Moviendo hilos CAPÍTULO 12


El trabajo en la residencia iba viento en popa, es más, muchas otras residencias habían oído hablar de Monchito, el niño castañuela (seguía sin gustarle ese apodo, pero le seguía persiguiendo) y le llamaban constantemente, le llovían ofertas de todas partes para que pasara a dar una charla, a animar una fiesta o simplemente a conocer gente con la que hablar. Todo iba perfecto, aunque empezaba a incomodarle un poco el ser tan popular, se sentía un poco incómodo con tanta atención de golpe sobre su persona. Ya tenía suficiente con lo que tenía actualmente: Su trabajo, sus amigos en la residencia... Y no quería que tanta atención le volviera avaricioso, sabía que eso podía pasar, había conocido ya a algunos humanos a los que el dinero y la fama les habían hecho cambiar, por eso le daba un poco de miedo. Por lo que decidió dedicarse exclusivamente a su trabajo y olvidarse de otras ofertas, al menos de momento. Pero sí que había otra cosa que quería hacer, ahora que todo le iba bien y era encontrar compañía.

Aunque tenía muy buenos amigos en la residencia, la mayoría de ellos eran tan mayores que era imposible salir de paseo con ellos, caminaban demasiado lento, a veces incluso ayudados por un andador, y ni pensar en salir con ellos a compartir un pronto y unos palillos, les asustaba la idea de abandonar la seguridad de la residencia. Además, se iban a la cama tan pronto que hasta él pasaba horas sin nada que hacer después de la cena, y eso que tampoco era muy trasnochador.

Otra posibilidad eran sus compañeros de trabajo, pero la mayoría estaban casados, con niños o no les atraía la idea de salir con un muñeco de madera, eran buenos amigos, sí, pero dentro del trabajo. El único que parecía estar mas interesado en salir con él algún día era Willy, el chico de la limpieza, pero había algo que no le gustaba de aquel chico. Se pasaba el día escondiéndose en los lavabos y jugando con fuego. Quemaba una piedra oscura, la mezclaba con tabaco y la enrollaba en papel de fumar para luego meterse el humo a los pulmones... Y para eso tenía que manipular fuego, algo que le daba pánico a Monchito por razones obvias, y tampoco alcanzaba a entender esa manía de algunos de meterse humo en el cuerpo para luego toser y sacarlo... Además, cada vez que fumaba aquello, sus ojos se tornaban vidriosos, como si fuera a llorar...

Tampoco quería arriesgarse a salir solo, ya que aquello le había traido malas experiencias anteriormente, y aunque se encontraba mas preparado que antes, no quería arriesgarse otra vez. Por eso esta vez se informó bien, preguntó por todo tipo de locales en los que había posibilidades de conocer gente. Ya conocía las discotecas, y no le acababan de convencer. Los clubes de alterne eran otra opción que había oído, pero mientras algunos pacientes hablaban maravillas de ellos, otros, sobre todo ellas, hablaban pestes de aquellos lugares, asique también los descartó de momento. Estaba claro que las fiestas de barrio no eran lo suyo, asique tampoco era una opción. Entonces vió la solución a todos sus problemas: Internet.

Alguien le habló de internet, de como se podía conocer gente a través de un ordenador, sin tenerle delante. Eso le pareció una idea fantástica, así podría darse a conocer sin que la gente le juzgara a primera vista y evitar así que se llevaran una impresión equivocada de él. Era un ser vivo en un cuerpo de niño de madera, la gente le tomaba por una especie de payaso o de bicho raro. De esta manera podría intimar con alguien y hacer que le conociera antes de verle.

Con un poco de ayuda, abrió una cuenta en una de esas páginas de internet donde la gente buscaba compañeros para todo, desde compartir un piso hasta encontrar pareja. El no pedía tanto, al menos de momento, solo quería darse a conocer al mundo ( o a parte de él ). Por lo que puso un anuncio que decía así:


Ciudadano solitario busca amistades, soy un chico sencillo, de una sola pieza (aunque articulada). Cariñoso y sincero, soñador, gran conversador (trabajo en animación). Me considero agradable y divertido (gran imitador, clavo a Cristo y a Pinocho), pero sobre todo, muy humano.

Si me quieres conocer, estaré encantado en compartir una buena charla y un palillo contigo cualquier tarde, invito yo.


Besitos de madera...

jueves, 16 de octubre de 2008

Sexo, droga y pasodobles CAPÍTULO 11


Últimamente, Monchito no podía quejarse, la vida no le iba mal, empezaba a entender mejor el mundo de los humanos, incluso había hecho algún que otro acercamiento a alguno de ellos; no podía decir que estaba rodeado de amigos pero, por ejemplo, había conocido a María, había charlado con aquellos hombres tan simpáticos del Arny (hasta que se habían puesto un poco cansinos) y cada vez le costaba menos salir y mezclarse entre ellos. Solo había un problema, aunque él no tenía problema por la comida, ya que le bastaba con chupar un palillo al día para saciar su hambre, ni tenía problemas con el alojamiento, ya que su caja no era muy pesada y podía dormir en ella en cualquier parte (otra cosa era ponerla a buen resguardo cuando salía); pero el problema era el barniz, se le estaba acabando el barniz y su navaja suiza necesitaba un buen afilado. Además, ya casi no tenía dinero para sus visitas al carpintero. Necesitaba un trabajo.

Después de pensárselo mucho y barajar muchas opciones, se dió cuenta de que ninguna le llamaba especialmente la atención. Lo primero que pensó fué ganar dinero rápido trabajando como estatua urbana, al igual que había visto por las calles comerciales de la ciudad; no tenía problema para aguantar largo tiempo sin moverse, pero le pareció tan aburrido...

Preguntó a algunos conocidos, pero todos le ofrecían opciones que no le llenaban, como trabajar en un circo (como si él supiera hacer algo excepcional, pensaba, no era trapecista, ni domador... solo era un niño de madera vivo...), trabajar en televisión (igual que el circo, pensaba, pero con otro tipo de fieras...), jornalero en el campo (con lo que desgasta el sol la pintura)...

Total, que después de darle muchas vueltas, al final se le ocurrió algo que sería la solución a todos sus problemas. No solo trabajaría en algo que le gustaba, sino que además le valdría para conocer gente e integrarse aún mas en la sociedad humana.

No se lo pensó dos veces, gastó el poco barniz que le quedaba para abrillantarse de arriba a abajo y presentarse como un pincel. Salió de su caja, la cual escondió lo mejor que pudo, como siempre que salía, y se fué a preguntar donde podía encontrar residencias de ancianos. Sabía que los humanos tenían la costumbre de amontonar a los viejos en estos locales, donde les hacían hablar entre ellos, ya que no paraban de hablar y se vé que eso les molestaba en casa (seguramente por esa manía que tenían de ver la tele a todas horas). No le fué dificil encontrar una residencia, y lo mas sorprendente, tampoco fué dificil que le aceptaran allí para trabajar, es más, enseguida les gustó la idea de que pasara el tiempo que quisiera con los ancianos haciendo lo que mejor y mas le gustaba hacer, hablar con ellos, entretenerlos. Le extrañó un poco el mote que le pusieron: Monchito, el niño castañuela, era algo que no acababa de entender, pero él seguía feliz, dando palmas y cantando con ellos.

Pasaba horas y horas hablando con ellos, pero no solo hablando, les encantaba cantar con él, las mujeres se volvían locas por bailar con Monchito (cuanto mas agarrados, mejor), y él se sentía como en casa allí, porque no solo hablaba y disfrutaba con ellos durante todo el día, sino que por la noche, después de las pastillas, todos caían rendidos a una hora razonable, con lo que podía dormir sin que nadie le molestara. Incluso tenía su propio cuarto en la residencia, donde podía guardar su caja (junto con sus pinturas, barnices, su cajita de palillos,etc) sin miedo a que nadie los tocara o que la lluvia o el viento la deteriorara.

Por una vez, sintió que las cosas empezaban a irle bien. Esa primera noche, después de tanto ajetreo, colocó sus cosas en su nuevo hogar y se metió en su caja con la mas amplia de las sonrisas, mientras pensaba, mirando el aterciopelado forro de la puerta de su caja.


¿Qué mas se puede pedir? Bueno, ya puestos... ¿Habrá una muñequita a mi medida...? Quién sabe...


Besitos de madera...


miércoles, 15 de octubre de 2008

Dame cera que soy de madera CAPÍTULO 10


Monchito estaba contento aquel día, por nada especial, pero contento; quizás había empezado a aceptarse a sí mismo y al mundo que le rodeaba de una vez (que ya iba siendo hora). El caso es que aquel día estaba tan contento que decidió salir, hacer un poco de vida social y hacer otro esfuerzo por acercarse un poco a los humanos y hacer amistad con algunos de ellos.
Se dio un bañito de barniz, se pintó su mejor pajarita, se remarcó la rallita del pelo con un punzón y hasta se estiró un poquito las piernas para parecer algo mayor...
Y allí estaba él, dispuesto a comerse la noche (que era cuando más sociables se mostraban los humanos). Como no sabía muy bien a donde debía dirigirse, decidió dejarse llevar por la marea humana; siguió el ruido hasta llegar a una zona de ocio y allí vio cientos de paneles luminosos que le invitaban a entrar y divertirse. Se asomó a algunos de ellos, pero algunos eran tan ruidosos que era imposible intentar entablar una conversación con nadie, pasó a otro, pero éste era aún peor, ya que al volumen infernal de la música se unía el ritmo frenético de ésta, el cual era seguido a saltos por mil y un energúmenos con poco pelo que a punto estuvieron de pasarle por encima. Pero no se desanimó, aquella era su noche, había salido con un objetivo, hacer amigos y pasarlo bien, y no se iba a rendir tan fácilmente. Entró en el siguiente local, pero se encontró con más de lo mismo, mucho ruido y demasiada gente que le impedía el paso, por lo que decidió preguntar. Se paró frente a un hombre de aspecto tranquilo y le dijo:
Perdone señor, busco un sitio tranquilo pero con ambiente.
Siguió las indicaciones de aquel hombre, y pronto llegó a una zona donde todo parecía mucho mas tranquilo; un poco oscuro, pero seguía habiendo carteles luminosos, cada vez con mas colores, que invitaban a pasar.
Después de observar los carteles, se dirigió al que más le había gustado; un gran arco iris donde se podía leer en bonitas letras blancas: Club Arny.
Era un lugar maravilloso, como había imaginado. Había arco iris de colores por cada rincón, la gente le sonreía y le invitaba a sentarse a su lado allá donde iba, incluso algún señor muy simpático le tiró un beso a su paso. Sonrisas, besos, guiños de ojo... Eso solo podía significar una cosa, pensó; este lugar es el paraíso, aquí la gente sí que me entiende. No se lo pensó dos veces, se sentó al lado de uno de esos amables humanos y se presentó.
Buenas noches, soy Monchito.
Hola guapo, soy Manuel. Le respondió él.
Acto seguido, se entabló entre ellos una animada charla, muy agradable, al menos hasta que Manuel se puso un poco pesado, no hacía mas que decir que entendía, cosa que Monchito le agradecía muchísimo, porque estaba muy necesitado de comprensión, pero tanta...
Lo curioso vino después, cuando Manuel le empezó a presentar a todos sus amigos del local. Monchito estaba feliz; no solo iba a conocer a muchísima gente (todo hombres, curiosamente), sino que además, esa noche se sentía el centro de atención. Todo el mundo estaba loco por conocerle, algunos incluso hacían cola esperando su turno. Era algo increíble, nunca se había sentido tan querido ni tan feliz.
Pero pronto esa felicidad se tornó en extrañeza cuando vio algunas malas caras, como si compitieran entre ellos por acercarse más a él, por caerle mejor que el otro, por invitarle a una copa o enseñarle a bailar... Todos se morían por conocerle, por darle dos besos, por tocarle.... A la segunda caricia en el pelo empezó a extrañarse, pero no fué hasta el tercer pellizco en el culo hasta que no vió con claridad que allí se cocía algo raro, y al grito de ¡COMO ME SALTES LA PINTURA...! Abrió el pequeño compartimento de su espalda y sacó una pequeña navaja suiza que siempre llevaba escondida ante cualquier contratiempo o posible pequeña reparación. Enseño la bandera suiza lo primero de todo, para que nadie dudara de la calidad del cortante elemento, y acto seguido sacó la navaja por una lado y el sacacorchos por otro, previniendo así posibles ataques por la retaguardia y el frente; les miró con aire desafiante y les invitó a apartarse o a probar su navaja y sus zapatos de madera en sus partes mas blandas.

Pobre Monchito, él que había salido con intención de comerse el mundo y casi se come otra cosa... Pero así es la vida, unas veces se gana, otras se pierde y otras...

Y otras.... ¿Y otras qué? Mucho cachondeíto...
Me vuelvo a mi caja de madera, demasiadas emociones en una sola noche. Hoy dormiré con el pestillo puesto...
Besitos de madera...

martes, 14 de octubre de 2008

Misa de 12 CAPÍTULO 9







No acababa de encontrar su sitio en la ciudad, por lo que decidió buscar un entretenimiento que le ayudara a a pasar el tiempo de forma mas amena. Lo primero que pensó fué en tratar de encontrar algún amigo, alguien que de verdad supiera escucharle y entenderle, como María, pero no sabía muy bien por donde empezar a buscarlo. Ya había hecho algún intento, en la estación, donde sabía que había mucha gente, en el trabajo, en los parques, donde la gente iba a relajarse. Pero nunca le acababan de tomar en serio, siempre acababan riéndose del pequeño muñeco de madera, pensando que se trataba de algún tipo de broma. ¿Quién iba a tomar en serio a alguien que vivía en un cuerpo de niño de madera? En cierto modo lo entendía. Pero él lo siguió intentando, allí donde sabía que la gente se reunía. Lo intentó en bares, pero solo consiguió que lo mantearan varias veces. Lo intentó en colegios, pero solo consiguió que los niños se rieran de él y los padres lo insultaran y amenazaran por miedo a que les pudiera hacer algo a sus hijos. Lo intentó en el gimnasio, en la playa, en el metro... Pero todo falló, no acababa de encajar en ningún lugar.
Casi había perdido la esperanza cuando oyó hablar de un lugar donde la gente iba completamente relajada, donde la gente iba a ayudar al prójimo, a darse la paz. Y no lo pensó dos veces, se barnizó la pajarita, se quitó el polvo de los ojos, y se fué a ese lugar llamado iglesia, donde seguro le recibirían como a uno mas.
La primera impresión fué muy positiva, el sitio era precioso, un antiguo edificio lleno de bonitos dibujos y estatuas, un poco frío, pero bastante acogedor.
La gente (casi todos mayores) le acogió muy bien. No eran muy habladores, parecían estar muy concentrados en sus propios pensamientos, como tratando de hablar con alguien que está muy lejos, aunque lo hicieran muy bajito... Rezar, le dijo alguien que se llamaba, rezar para hablar con Dios, con el creador. Eso le descolocó bastante, no había oído hablar hasta ahora de un creador de humanos, él sabía muy bien quien le había creado, y como. Su cuerpo era de roble, tallado a mano, un trabajo duro, pero nada que no pudiera hacer un buen carpintero. El hecho de que estuviera vivo, ya era otra historia mas dificil de esplicar (aunque siempre estuvo convencido de que no era el único, o al menos el primer caso, ya había oido comentar algo sobre un tal pinocho...). Pero ¿Un creador de humanos? Eso era algo impresionante. ¿Como los haría?
Fué tal su curiosidad, que no pudo resistir la tentación de preguntar al encargado del local, un hombre alto, de pelo canoso, vestido con una túnica blanca que le daba cierto aire místico, como uno de esos videntes de líneas 806 a los que veía algunas noches en la tele y que eran capaces de ver el futuro de las personas, cosa que le impresionaba mucho, como es natural.
El cura, pues así se llamaba el hombre de la túnica, le contó, a groso modo, la historia de Dios y de Jesús, el hijo de éste, que bajó a la tierra para dar su vida por los humanos, para ser su mesías, su salvador.
La historia no estaba mal, no acabó de comprender del todo el argumento, pero le pareció mas o menos entretenida (como la última película que vío en el cine), lo malo fué cuando el cura le enseñó la imagen de Jesús. Aquello fué una revelación, allí estaba Jesús, crucificado delante de él, y aquello le estremeció. Algo se le removió por dentro. Jesús era de madera, como él. Pero, ¿Como no se había dado cuenta antes? ¿Como no lo había imaginado? Tenía que ser de madera, si era un ser superior, debía ser de madera, como él, no podía ser un piel blanda como ellos, no habría sido tan bueno como decían. Pero lo que le pareció fatal fué que lo tuvieran crucificado. Aquella cara de sufrimiento le partió el corazón, por lo que no se lo pensó dos veces y saltó a rescatarlo.
La cruz era demasiado pesada, por lo que no pudo descolgarla de la pared, pero si qué fué capaz de separarlo a él de su cruz, aunque para ello tuviera que arrancarle ambos brazos y parte de los pies.

¡No te preocupes, hermano, yo sé quien te puede reparar esto, quien te puede ayudar!

Gritaba, mientras tiraba de él. Pero enseguida se dió cuenta de que su esfuerzo era inutil. Era demasiado tarde, aquel ser estaba muerto. No había vida en sus ojos, seguramente llevaba demasiado tiempo colgado allí

¡Os odio! Les gritó, mirando a aquellos salvajes, capaces de contemplar aquella barbaridad impasibles. Pero antes de que pudiera decir algo mas, vió como una marea humana corría hacia él, bolsos en alto y con los ojos inyectados de sangre y odio.
Antes de que se diera cuenta, había recibido la mayor paliza de su vida, no recuerda en que momento preciso perdió el conocimiento, fueron tantos los golpes... Y todo por defender a alguien como él. Otro ejemplo de la crueldad y la intolerancia humana. Lo que mas le extrañó es que la mayoría de sus agresores fueron gente de avanzada edad, sobre todo mujeres, y aquel hombre de la túnica del que decían que repartía amor... Menos mal, si llega a repartir hostias...
Así que ahí tenemos a nuestro amigo, malherido, con sus piernas de madera astilladas, su pajarita rota y una terrible sensación de tener termitas en el cerebro comiéndole por dentro, algo que no sentía desde que le tallaron un nuevo peinado.
Otro intento fallido, no era fácil integrarse entre esos bárbaros de ideas cerradas, por lo que decidió seguir su camino sin intentar acercarse a ellos mas que lo necesario, si tenía necesidad de hablar, ya lo haría con su carpintero de urgencia. Si había algún humano en el que pudiera confiar, ese era él. Si hay alguno más... ya aparecerá por si mismo, no era bueno forzar las situaciones, pensó. Se arrastró hasta su casa, se sirvió un buen vaso de barniz a palo secó y pensó:

Que la paz sea con vosotros...
Besitos de madera...

viernes, 10 de octubre de 2008

Viento a favor, corriente en contra CAPÍTULO 8


Cuando volvió a la ciudad, a la rutina diaria, no dejó de pensar en María ni un solo minuto. Echaba de menos sus largas conversaciones con ella, la soledad de aquel lugar, la tranquilidad que se respiraba en el campo, por lo que decidió alargar sus vacaciones y seguir conociendo otros lugares, lugares exóticos, lugares alejados del ruido y la locura de la gran ciudad. No se lo pensó dos veces, se fué a la gran terminal de tren que tan bien conocía y se montó en el primer tren hacia un lugar desconocido. No fué dificil elegir el correcto, se plantó frente al panel de salidas con su caja de madera a cuestas y dió un repaso rápido al listado de los trenes de la tarde. En el momento que vió uno que iba a un lugar del que nunca había oído hablar y donde apenas había cola para comprar billete. Esto es justo lo que necesito, pensó, un lugar solitario donde pensar, donde volver a encontrar gente que me hable como si fuera de su propia familia.

Sin pensárselo dos veces, pagó su billete y subió al tren.

Se pasó casi todo el trayecto nerviso, sin poder dormir, pensando en qué haría una vez llegado a su destino, que gente se encontraría, qué historias le contarían esta vez. Pero no pudo evitar su decepción nada mas asomarse por la ventana, antes incluso de pisar el andén. Era un sitio perfecto, sí, tal y como lo había imaginado, un lugar pequeño como aquel en el que conoció a María, pero había un problema, había algo en aquel lugar que no le acababa de gustar, enseguida se dió cuenta de que era.

Aquel lugar estaba lleno de luces, de banderas de colores, de vasos y botellas tirados por todas partes... Por alguna extraña razón, la gente de aquel lugar se comportaba de forma ruidosa y grotesca. Manda cojones, pensó, venir a relajarme al culo del mundo y encontrarme los dos cachetes de fiesta, ¿Se puede ser mas desgraciado?

Pero entonces vió algo que le hizo ver la luz, o al menos, imaginar una solución ante tal decepción. Vió como un grupo de gente, mochila a la espalda, abandonaba el pueblo dirigiéndose a la montaña, camino arriba, en busca de la paz, y no se lo pensó dos veces, cargó su caja en su espalda y se alejó de aquella locura de calles manchadas de restos de alcohol, vomiteras matutinas y sangre de la vaquilla torturada la noche anterior. Y se encaminó al monte, a reunirse consigo mismo, con el recuerdo de María, con la paz interior. Caminó durante horas, incluso se cruzó con algunos paseantes que, como él, buscaban alejarse del ruido humano, pero siguió caminando, hasta que encontró lo que buscaba.

Era un paraje de cuento, lleno de verde hierba junto a un lago, rodeado por un sinfín de árboles tan altos y espesos que en algunos puntos no dejaban ver el sol, dejando el bosque en una tranquila e inquietante penunbra. Dejó su caja en el suelo y se tumbó a ver las nubes pasar, imaginando distintas formas que parecían hechas de algodón: Un árbol, un sombrero, una flor...

Pensó que no podría haber un lugar mejor para vivir, al menos eso le pareció durante la primera hora, pero pronto se dió cuenta que la soledad, tan placentera y solitaria en muchos momentos, se tornaba lenta, pesada y aburrida al paso de las horas. Además, pensó, aquí nunca encontraré mi María, mi alma gemela, nadie con quien compartir una charla, un beso, un pensamiento... ¿Quién anudará el lazo de mi pajarita cuando se tuerza? ¿Quién engrasará mis metálicas articulaciones cuando chirríen? ¿Podré soportar el vivir solo?


Tristemente, se dió cuenta que no podía quedarse allí, que necesitaba a esos seres de blanda piel a los que tanto le costaba entender. Tristemente, se dió cuenta que, aún con el viento a favor, tenía la corriente en contra. Siempre dependería de ellos, en mayor o menor grado, por lo que no tenía mas opción que tratar de comprenderlos, de intentar adaptarse, de vivir entre ellos. Entonces lo vió claro, debía volver a la ciudad. Volvió a cargar su caja sobre sus hombros y pensó:


Si de verdad existe un Dios, me lo paso por la punta de mi nariz de madera...

Que habré hecho yo para merecer esto...


Besitos de madera.

jueves, 9 de octubre de 2008

Amor de verano CAPÍTULO 7


Eran tiempos difíciles para Monchito, la ciudad le aburría cada día mas y cada vez le costaba mas esfuerzo levantarse cada mañana, dejar la paz de su caja de madera, e irse al trabajo, por lo que decidió irse de vacaciones, dejar la gran ciudad durante una temporada y retirarse a un lugar tranquilo. Así empezó todo, así fué como la conoció.

Fué una mañana tranquila, una de esas mañanas perfectas donde el sol calienta en su justa medida, la brisa te acaricia la cara y el mundo está tan tranquilo que hasta invita a sonreir. Y lo mejor de todo, no había apenas gente en aquel lugar, era un pequeño pueblo tranquilo, perdido en la montaña, donde la poca gente que lo habitaba recibía a los forasteros con los brazos abiertos, invitándoles a largas y tranquilas conversaciones, ávidos de contar al visitante lo poco novedoso que acontece en tan tranquilo lugar. Y fué allí, en ese pequeño pueblo de montaña, donde la conoció. Al principio no se fijó apenas en ella, le pareció una humana mas, otro de esos esos de pálida y blanda carcasa, aunque pronto vió algo diferente en ella, su pelo y ojos claros irradiaban paz, su amplia sonrisa invitaba a sentarse a su lado, su cara tenía una especie de brillo especial, algo que indicaba, incuso sin conocerla, que se podía confiar en ella, que era una buena persona. No se pudo resistir, la miró fijamente y, con su mejor sonrisa, la saludó. Ella le devolvió el saludo y le invitó a sentarse con ella y compartir un poco de su tiempo. Él, nerviso, aceptó la invitación y con voz nerviosa se presentó.

María, así se llamaba aquel angel escondido en tan remoto paraje. Al fín, pensó, después de tanto buscar, encuentro alguien que me pueda hacer creer que este mundo merece la pena, alguien que me demuestra que hay algo mas que locura bajo la piel de estas criaturas, que hay algo que merece la pena.

Fueron muchas tardes las que compartieron, fueron muchos los temas de los que hablaron, y nunca hubo por parte de ninguno de los dos ni un mal gesto, ni siquiera una pregunta, sobre el aspecto del otro. Al principio le extrañó, pero luego lo dejó correr. ¿Acaso María no podía ser un espíritu puro, como él? ¿Acaso era tan importante que él fuera diferente? ¿Podría ella amar a un niño de madera? Él la quería, estaba seguro, nunca antes había conocido a nadie con quien tuviera tanta complicidad. Se sentía absolutamente enganchado a ella, a sus largas charlas, a su sonrisa. El hecho de que fuera de carne y hueso no era un problema para él, al menos de momento... Por que lo que él no se había parado a pensar es que, de hecho, sí que había un problema: El tiempo.

El tiempo no pasaba para él, era de madera, pero ¿Y María? ¿ Cómo le afectaría a ella? De hecho, ya le afectaba desde hace tiempo. Monchito, en su infantil inocencia no se había dado cuenta, pero ella estaba sola por un motivo, la edad.

María había vivido toda la vida en aquel pequeño pueblo, allí había criado a toda su familia, sus hijos hace ya tiempo que se fueron a la ciudad, por eso su trato cariñoso a Monchito, era como uno de sus niños, un poco raro sí, pero un niño al fín y al cabo. Pero él no sabía distinguir entre jóvenes y viejos, para él todos eran iguales, mas o menos grandes por fuera, pero iguales al fin y al cabo, por eso miraba a María como el que mira a la mujer de su vida, no se daba cuenta que su vida estaba cerca de extinguirse, solo una cosa pasaba por su mente:


Que mujer tan maravillosa, lástima su arrugada carcasa. Pero bueno, nada que no se arregle con una buena lija, paciencia y bárniz.

Besitos de madera...

miércoles, 8 de octubre de 2008

Cacerola de papel CAPÍTULO 6



Otro día comienza, con la misma alegría del anterior, y del anterior al anterior, y del otro, y del otro... ¡Mierda de rutina!



¿Qué fué de la antigüa ilusión de vivir el día a día en al gran ciudad como un gran reto? ¿Dónde está ese espíritu aventurero de nuestro pequeño héroe de madera?



Pues bien, ese espíritu le abandonó hace tiempo, no recuerda si fué en la última gran resaca de barniz cuando la vomitó por el retrete o si se la arrancó de un lametón la última humana que visitó su caja... Es igual, el caso es que ya no estaba ahí, la rutina se había acabado comiendo, mas bien devorando, sus ansias de aventura en la gran ciudad. Estaba cansado de la vida entre esos seres blanduchos que no daban mas que problemas y se cargaban todo lo que tocaban. Al igual que el rey midas, que todo lo que tocaba lo trasformaba en oro, los humanos tenían la extraña habilidad de trasformar en mierda cualquier cosa que se propusieran mejorar. Que intentaban mejorar la costa para eso que ellos llamaban turismo, pues no se les ocurría otra cosa que llenarla de mierda y hormigón. Que querían adecentar una montaña para eso que llamaban deportes de invierno, pues nada, a llenarlo de nieve artificial, de hoteles enormes que se comen el monte y, por supuesto, eliminando todo rastro de fauna del lugar.



Intentar entender a los humanos es como intentar hacer un potaje en una cacerola de papel, cuánto mas lo intentas, mas te das cuenta de que estás haciendo el ridículo. Lo mismo es convivir con ellos, no se puede convivir con seres que se empeñan en hacerse daños, ya no solo unos a otros, sino a sí mismos. Por eso, Monchito se replanteó su vida y dejó de pensar en esos seres como sus compañeros de viaje, y empezó a verlos como seres inferiores a los que podría estudiar, como el tío Willy, aquél que subía desde Fragel Rock y enviaba sus informes del mundo exterior, así se sentía él, como el único ser inteligente en la tierra... ¿El único? Bueno, si olvidamos todos los errores que ya había cometido, si pasamos por alto el hecho de que era un niño de madera y obviamos que un día ansió ser un niño de carne y hueso...



Total, que muy normal, tampoco es que fuera, pero al menos se daba cuenta de cosas de las que los otros no podían, me pregunto por qué...






¿Por qué va a ser? Pues porqué yo no tengo el cerebro blando, como ellos, ni pienso con mi varita, yo solo quiero ver cosas bonitas.



Me voy a mi casa a encerrarme porque me asquea salir...



Besitos de madera.

lunes, 6 de octubre de 2008

Un mal trago de Barniz CAPÍTULO 5


Así es la vida, un día eres el mas chulo del barrio y al siguiente estás metido en lo mas fondo del pozo. Eso le acaba de pasar a nuestro amigo Monchito, ayer fué uno de sus mejores días y hoy se ha encerrado en su caja y se niega a mirar al mundo. Pero, ¿Que ha pasado para que haya girado su vida 180 grados en menos de 24 horas?

Sí amigos, anoche sucedió lo peor que os podais imaginar, algo que a todos nos ha ocurrido en alguna ocasión, algo que todos esperamos con alegría aún sabiendo que nos hace daño, ayer Monchito fué a las fiestas de su barrio.

Era la primear vez, aparte de su paso por la estación en hora punta, que veía a tanta gente junta y, aunque hacía tiempo ya que se había cansado de seguirle el juego a esos seres de piel blanda con los que compartía su ciudad, había algo en esa aglomeración de gente que le atrajo hacia ella como el anzuelo que atrae al pez a su propia muerte, no lo pudo resistir. Vió a la gente tan contenta, tan alegre, tan féliz... Que no pudo resistir la sensación de unirse a esa gran bola de gente feliz que se reunía ante un grupo de humanos que tocaban horrendas, aunque animadas, melodías en algo llamado verbena pachanguera.

Enseguida se contagió por el ambiente y se mezcló con la marea humana que, como locos, saltaban, gritaban y se agitaban como posesos, como si hiciera años que no se hubieran lubricados las bisagras. Y lo mas curioso de todo, aparte de beber como cosacos (por falta de lubricación e hidratación, se imaginó, de ahí sus extraños movimientos), tendían a rozarse unos con otros, como si se empeñaran en empezar una gran hoguera en la que sus propios cuerpos encendieran la llama.

Extrañas actitudes que le atrajeron de forma casi hipnótica, y mas aún cuando se dió cuenta de algo que no había observado nunca hasta ese momento, y era el hecho de que, por una vez, nadie le miraba de forma extraña, solo algunas miradas con sonrisas conflictivas que le invitaban a unirse a la fiesta y pasarlo bien, pero no era eso lo más extraño, lo mas extraño de todo era que por una vez, era él el que miraba a algunos de los participantes en esa irracional orgía de carne vestida con extrañas vestimentas y caras desencajadas, por una vez, él no era el raro, sino ellos, ellos eran los que actuaban de manera antinatural e inexplicable.

Llegó a sentirse tan bien, que se entregó por completo a la fiesta. Decidió que, por una vez, iba a ser uno mas de ellos. Esta vez no se sentía mejor ni peor que ellos, se sentía uno mas. Era la primera vez que se sintió plenamente feliz, al fin supo lo que eso significaba, y se entregó a vivir el momento lo mejor que pudo, sin pararse a pensar en las consecuencias.

Al igual que la noche se volvió una locura en algún momento que nunca alcanzó a recordar, el día llegó con una brutalidad extrema, en forma de luz que arañaba sus ojos como cuchillas de afeitar. No sabía donde estaba, ni como había llegado allí. No recordaba practicamente nada de la noche anterior, solo tenía una extraña sensación de felicidad que le iba abandonando poco a poco, supliéndose ésta por una horrible sensación de malestar que subía desde sus zapatos de charol ( los cuales habían perdido parte de su impecable brillo habitual) hasta la pintura de su pelo, dejando chirriantes dolores en todas y cada una de sus metálicas articulaciones....

No llegaba a explicarse como había llegado a esa ridícula situación. Sentado en el banco de un parque, mirando al cielo y con ganas de escupir astillas.

Otra vez mas, lo que empezó como un sueño, acabó poco menos que en pesadilla, y otra vez por culpa de ellos, por culpa de esos locos seres de piel blanda que se empeñan en destrozar el mundo y todo lo que por él se mueve.

Al fín, un poco de luz fué brotando en su duro cerebro tallado y se dió cuenta de como había sucedido todo, empezó a ver imágenes de gente que le pasaba coloridos brebajes de todo tipo, mas o menos fríos, mas o menos sabrosos, mas o menos exóticos pero todos ellos dañinos. Y se preguntaba: ¿Por qué extraña razón se empeñaban estos bichos estrambóticos en meterse en el cuerpo cosas que les sientan mal? ¿Qué sacan con ello?, y lo mas importante: ¿Qué coño opina él de este sarao? Escuchémosle:


Mis peores sospechas se han confirmado esta noche, me estoy volviendo tonto como esta masa de cerebros capados... Hay que espabilar, Monchito.

Besitos de madera.


viernes, 3 de octubre de 2008

El porqué de las cosas CAPÍTULO 4


Monchito se instaló en la ciudad y, efectivamente, se hizo el puto amo enseguida. Vale que tenía un trabajo de mierda, no se comía un rosco y vivía en un apartamento enano en la peor zona de la ciudad. Pero él se sentía el mejor del mundo, el mas chulo de la ciudad, superior a todos con los que se cruzaba a diario. ¿Y por qué? Os preguntareis. Pues porque solo él conocía el porqué de las cosas. Por ejemplo, cuando todo el mundo estaba triste porque llovía, Monchito estaba alegre porque sabía que la naturaleza, en su infinita sabiduría, había enviado la lluvia para joderles, aunque no supiera muy bien porque, pero seguro que algo habrían hecho... Siempre hacían algo malo, eran seres llenos de mezquindad, asique la naturaleza, los castigaba a su manera. Esa es la explicación de que suela llover en las fiestas de barrio, de que el mas cabrón se folle a la guapa, de que siempre se muera el mas bueno, el prudente en el accidente de coche. Esa es la razón de que el mas tonto se lleve el premio, de que gane mas dinero el que menos sepa disfrutarlo, de que el padre borracho tenga 10 hijos, de que la mujer mas guapa sea la mas idiota, de que el hombre inteligente esté aún por descubrir, de que no encontremos vida en el espacio (por no contaminarla). La naturaleza protege lo bueno, lo puro, lo natural. Y Monchito se sentía parte de la naturaleza, de hecho, su corazón era de roble, y la sangre que corría por sus duras venas tenía mas de vegetal que de humana. Por lo tanto, él sabía que su momento acabaría llegando, porque en el fondo, sabía que la naturaleza, en su infinita sabiduría, lo defendería por ser parte de ella. Por eso no le daba miedo la ciudad, al menos no la ciudad en sí. El asfalto, el hormigón, el bosque de bloques con su copa contaminada de humo que impedía ver el cielo y crecer la hierba. Lo único que le daba miedo eran esos seres inquietantes que vivían allí, sobre todo la fauna nocturna, pero no por miedo a ellos en sí, sino por todo lo que ofrecían. Placeres contaminados, ilusiones podridas, una vida de placer y dolor. En definitiva, una vida humana. Pero sabía que podría resistir todo aquello, él era mas fuerte que ellos, él era parte de la naturaleza y la naturaleza parte de él, estaba protegido...
Miradlo, camina por la calle con la cabeza tan alta que su cuello de madera parece increiblemente largo, mirad como mira a la gente, como quien mira seres extraños, de otro planeta, en una especie de zoo sin jaulas. Fijémonos en lo que piensa:

Y pensar que ansiaba tanto vivir entre ellos...

Me voy a casa a merendar!
Besitos de madera...

jueves, 2 de octubre de 2008

Monchito in the city CAPÍTULO 3


Y llegamos al gran momento, lo que Monchito había soñado, su particular liberación...
Cuando el tren se paró, Monchito se vió envuelto en una vorágine de gente apenas pisó el andén. Gente que corría hacia todas partes, como locos, con la mirada fija en algún punto distante, como atontados. Desde ese primer momento Monchito lo vió claro, esa ciudad era suya, él iba a ser el rey allí. No podía ser que un montón de zombies alocados que corrían detrás de un tren o que subían y bajaban por escaleras que se movían solas fueran capaces de dominar una ciudad, ¿Donde se ha visto una escalera para vagos que no te deje andar...? Es de locos...
Pero lo primero que le llamó la atención fué algo que tardó darse cuenta, nadie le miraba. Se dió cuenta cuando pasó junto a un espejo, se vió reflejado, con sus grandes ojos abiertos de forma descomunal, su traje de noche y su piel de madera (a la que ya le hacía falta una buena capa de barniz) y vió como la gente pasaba sin extrañarse lo más mínimo de aquella pequeña criatura, solo alguna mirada de reojo y alguna sonrisa medio oculta. Y eso le dió aún mas motivos para venirse arriba, para fantasear con todo lo que sería capaz de hacer en esa ciudad de locos, miles de ideas le pasaron por la cabeza de golpe, sería un gran actor, o uno de esos personajes tan arreglados que vestían tan bien y parecían tan importantes con sus maletines de piel. ¿Por qué no? Él ya no era un bicho raro, era uno mas, pero con una ventaja, ya no era tan diferente por fuera, quizás un poco raro, pero no mas que otros que deambulaban por allí, pero ellos estaban idos, tenían la mirada perdida, parecían atontados, mientras que él era un niño de madera, que aunque aparentaba ser un ser frágil e inocente, ya sabía muchas cosas de la vida, es mas, su cabeza era la de un adulto, y no uno cualquiera, sino uno inteligente, y su corazón era duro como un roble, tantos años de sufrimiento y desengaño le habían aportado mucha experiencia en la vida. Asique miró a toda esa gente y penso: "Pardillos"
Y con esta gran, pero simple, reflexión, salió de la estación con la intención de comerse el mundo, con los ojos abiertos y una sonrisa en la boca que a punto estaba de desencajarle la mandíbula por la parte de la bisagra derecha.
Monchito, ¿Quieres dedicarnos unas palabras en tu primer día en la gran ciudad?
Por supuesto:

"Os vais a cagar... Pardales"
Besitos de madera...


miércoles, 1 de octubre de 2008

Los primeros pasos de Monchito CAPÍTULO 2


Monchito despertó un día y se dió cuenta, de golpe, que era un ser vivo. Ya tenía 3 años, quizás 4, pero hasta ese momento no recordaba absolutamente nada, solo pequeños retales de algunos recuerdos, como destellos de su vida anterior, recuerdos que estallaban en su cabeza como fuegos artificiales, y al igual que estos, se veía claramente durante unos segundos, para luego desaparecer para siempre...
Asique ahí lo tenemos, el gran Monchito, recién despertado a la vida, con toda su inocencia, lleno de ilusión por comenzar una nueva aventura, su propia a ventura, su vida.
Pero toda esa ilusión, al igual que sus recuerdos, estallaron en un segundo, ese fué el tiempo que tardó Monchito en darse cuenta que, efectivamente, como se temía, como había oído tantas veces, el mundo es cruel y despiadado, una mierda como la copa de un pino. Si señores, es triste contarlo así, pero así es como sucedió, enseguida se dió cuenta que todo ese amor, alegría y colorido que había vivido en su primer día (y esperaba seguir viendo siempre) no era mas que pura fachada, mas que un corto día alegre en una larga, larguísima y dura vida que se le venía encima.
¿Qué como se dió cuenta? Fácil, no tuvo mas que abrir los ojos, dejarse llevar y ver y oir a su familia, ver como cada uno iba a su aire, como cada uno se preocupaba de sus propias historias, conviviendo juntos, pero como lo podrían hacer dos jubilados a los que la pensión no les llega para algo mejor que una habitación a compartir en una triste pensión... Y luego vino lo demás, porque en su pequeño mundo, en su casa, las cosas no pintaban tan mal, no tanto como pintaban mas allá de su puerta. Fuera donde fuera, no dejaba de observar todo lo que le rodeaba. Había cosas bonitas, es cierto, había gente buena, eso también es verdad. Pero Monchito tenía una visión diferente a todos, a él no le importaba lo bonita que estaba su ciudad en primavera, él veía el frío y lo mal que lo pasaban los niños con alergia que había en su colegio y como los otros se burlaban de ellos. Tampoco veía el encanto del verano, la época que mas le gustaba, porque también se encontraba con mucha mas gente en todas partes y había gente que le miraba raro, que se reía de él, como si nadie hubiera visto nunca un niño de madera, un niño frágil. Además, en verano tenía mucho mas tiempo para salir, y eso le agobiaba, porque significaba que tenía que pasar mucho mas tiempo en aquel lugar, con aquella gente, gente que le miraba como si fuera un pequeño monstruo. Monchito, el niño de madera, el inocente, el que lo vé todo bonito... Inocentes, no se imaginaban siquiera como les odiaba aquel niño, no se imaginaban que, en su afán de seguir agarrado a su inocencia, la estaba revolviendo con el odio, con la angustia, con sus ansias de volar, de salir de allí, de dejar aquel lugar...
Y así fué, un buen día decidió que había llegado su hora, que estaba cansado de intentar parecer normal en un mundo de gente diferente, él era un niño de madera en un mundo de gente de carne y hueso, y no solo sabía que era diferente, si no que quería seguir luchando por seguir siéndolo, se había dado cuenta que no tenía nada de malo ser un niño de madera, lo malo era intentar ocultarlo, intentar ser como los demás, contagiarse de su odio, de su rabia, de su egoismo. Asique al fin lo hizo, se decidió un buen día a hacer la maleta, aquella maleta en la que siempre había vivido encerrado sería ahora la maleta que le conduciría a la libertad, o al menos a una nueva vida. Su caja, era ahora su barco, su avión, su tren, su vía de escape. Ya no tendría que aguantar que nadie guiara su camino, ni le marcara sus pasos, ni le pusiera voz. Ahora sería él mismo quien (sin meterse la mano en la espalda) fuera donde le diera la real gana y dijera lo primero que se le pasara por la cabeza. Asique cogió su maleta, salió por la puerta y se metió en el primer tren de salida, sin siquiera pensar donde pararía, porque eso le daba igual.
¿Le daba igual? Vaya, de repente le vino algo a la cabeza, se sentó, respiró hondo para pensar claramente, relajado, y se dijo:

Bien, el primer paso ya está dado, soy libre, he salido de aquel lugar del que ya estaba tan harto, ahora puedo ir donde quiera, decir lo que deseé, hacer lo que me apetezca... Pero, ¿Donde quiero ir, y para qué...? Si en todas partes será igual...Total...

Bueno, poquito a poco...
Un saludo, besitos de madera...