jueves, 9 de octubre de 2008

Amor de verano CAPÍTULO 7


Eran tiempos difíciles para Monchito, la ciudad le aburría cada día mas y cada vez le costaba mas esfuerzo levantarse cada mañana, dejar la paz de su caja de madera, e irse al trabajo, por lo que decidió irse de vacaciones, dejar la gran ciudad durante una temporada y retirarse a un lugar tranquilo. Así empezó todo, así fué como la conoció.

Fué una mañana tranquila, una de esas mañanas perfectas donde el sol calienta en su justa medida, la brisa te acaricia la cara y el mundo está tan tranquilo que hasta invita a sonreir. Y lo mejor de todo, no había apenas gente en aquel lugar, era un pequeño pueblo tranquilo, perdido en la montaña, donde la poca gente que lo habitaba recibía a los forasteros con los brazos abiertos, invitándoles a largas y tranquilas conversaciones, ávidos de contar al visitante lo poco novedoso que acontece en tan tranquilo lugar. Y fué allí, en ese pequeño pueblo de montaña, donde la conoció. Al principio no se fijó apenas en ella, le pareció una humana mas, otro de esos esos de pálida y blanda carcasa, aunque pronto vió algo diferente en ella, su pelo y ojos claros irradiaban paz, su amplia sonrisa invitaba a sentarse a su lado, su cara tenía una especie de brillo especial, algo que indicaba, incuso sin conocerla, que se podía confiar en ella, que era una buena persona. No se pudo resistir, la miró fijamente y, con su mejor sonrisa, la saludó. Ella le devolvió el saludo y le invitó a sentarse con ella y compartir un poco de su tiempo. Él, nerviso, aceptó la invitación y con voz nerviosa se presentó.

María, así se llamaba aquel angel escondido en tan remoto paraje. Al fín, pensó, después de tanto buscar, encuentro alguien que me pueda hacer creer que este mundo merece la pena, alguien que me demuestra que hay algo mas que locura bajo la piel de estas criaturas, que hay algo que merece la pena.

Fueron muchas tardes las que compartieron, fueron muchos los temas de los que hablaron, y nunca hubo por parte de ninguno de los dos ni un mal gesto, ni siquiera una pregunta, sobre el aspecto del otro. Al principio le extrañó, pero luego lo dejó correr. ¿Acaso María no podía ser un espíritu puro, como él? ¿Acaso era tan importante que él fuera diferente? ¿Podría ella amar a un niño de madera? Él la quería, estaba seguro, nunca antes había conocido a nadie con quien tuviera tanta complicidad. Se sentía absolutamente enganchado a ella, a sus largas charlas, a su sonrisa. El hecho de que fuera de carne y hueso no era un problema para él, al menos de momento... Por que lo que él no se había parado a pensar es que, de hecho, sí que había un problema: El tiempo.

El tiempo no pasaba para él, era de madera, pero ¿Y María? ¿ Cómo le afectaría a ella? De hecho, ya le afectaba desde hace tiempo. Monchito, en su infantil inocencia no se había dado cuenta, pero ella estaba sola por un motivo, la edad.

María había vivido toda la vida en aquel pequeño pueblo, allí había criado a toda su familia, sus hijos hace ya tiempo que se fueron a la ciudad, por eso su trato cariñoso a Monchito, era como uno de sus niños, un poco raro sí, pero un niño al fín y al cabo. Pero él no sabía distinguir entre jóvenes y viejos, para él todos eran iguales, mas o menos grandes por fuera, pero iguales al fin y al cabo, por eso miraba a María como el que mira a la mujer de su vida, no se daba cuenta que su vida estaba cerca de extinguirse, solo una cosa pasaba por su mente:


Que mujer tan maravillosa, lástima su arrugada carcasa. Pero bueno, nada que no se arregle con una buena lija, paciencia y bárniz.

Besitos de madera...

1 comentario:

SILVIA dijo...

AYYY!!! amores de verano, tan intensos y fugaces al mismo tiempo.
Sabes? ojala existieran mas " bichos " como Monchito, que mira hacia dentro de las personas sin preocuparse de la fachada.
Seria hermoso enamorarse de las personas y no de las apariencias, en ocasiones tan traicioneras.
Hermosa utopia, no crees?
Mil besitos!!!