miércoles, 1 de octubre de 2008

Los primeros pasos de Monchito CAPÍTULO 2


Monchito despertó un día y se dió cuenta, de golpe, que era un ser vivo. Ya tenía 3 años, quizás 4, pero hasta ese momento no recordaba absolutamente nada, solo pequeños retales de algunos recuerdos, como destellos de su vida anterior, recuerdos que estallaban en su cabeza como fuegos artificiales, y al igual que estos, se veía claramente durante unos segundos, para luego desaparecer para siempre...
Asique ahí lo tenemos, el gran Monchito, recién despertado a la vida, con toda su inocencia, lleno de ilusión por comenzar una nueva aventura, su propia a ventura, su vida.
Pero toda esa ilusión, al igual que sus recuerdos, estallaron en un segundo, ese fué el tiempo que tardó Monchito en darse cuenta que, efectivamente, como se temía, como había oído tantas veces, el mundo es cruel y despiadado, una mierda como la copa de un pino. Si señores, es triste contarlo así, pero así es como sucedió, enseguida se dió cuenta que todo ese amor, alegría y colorido que había vivido en su primer día (y esperaba seguir viendo siempre) no era mas que pura fachada, mas que un corto día alegre en una larga, larguísima y dura vida que se le venía encima.
¿Qué como se dió cuenta? Fácil, no tuvo mas que abrir los ojos, dejarse llevar y ver y oir a su familia, ver como cada uno iba a su aire, como cada uno se preocupaba de sus propias historias, conviviendo juntos, pero como lo podrían hacer dos jubilados a los que la pensión no les llega para algo mejor que una habitación a compartir en una triste pensión... Y luego vino lo demás, porque en su pequeño mundo, en su casa, las cosas no pintaban tan mal, no tanto como pintaban mas allá de su puerta. Fuera donde fuera, no dejaba de observar todo lo que le rodeaba. Había cosas bonitas, es cierto, había gente buena, eso también es verdad. Pero Monchito tenía una visión diferente a todos, a él no le importaba lo bonita que estaba su ciudad en primavera, él veía el frío y lo mal que lo pasaban los niños con alergia que había en su colegio y como los otros se burlaban de ellos. Tampoco veía el encanto del verano, la época que mas le gustaba, porque también se encontraba con mucha mas gente en todas partes y había gente que le miraba raro, que se reía de él, como si nadie hubiera visto nunca un niño de madera, un niño frágil. Además, en verano tenía mucho mas tiempo para salir, y eso le agobiaba, porque significaba que tenía que pasar mucho mas tiempo en aquel lugar, con aquella gente, gente que le miraba como si fuera un pequeño monstruo. Monchito, el niño de madera, el inocente, el que lo vé todo bonito... Inocentes, no se imaginaban siquiera como les odiaba aquel niño, no se imaginaban que, en su afán de seguir agarrado a su inocencia, la estaba revolviendo con el odio, con la angustia, con sus ansias de volar, de salir de allí, de dejar aquel lugar...
Y así fué, un buen día decidió que había llegado su hora, que estaba cansado de intentar parecer normal en un mundo de gente diferente, él era un niño de madera en un mundo de gente de carne y hueso, y no solo sabía que era diferente, si no que quería seguir luchando por seguir siéndolo, se había dado cuenta que no tenía nada de malo ser un niño de madera, lo malo era intentar ocultarlo, intentar ser como los demás, contagiarse de su odio, de su rabia, de su egoismo. Asique al fin lo hizo, se decidió un buen día a hacer la maleta, aquella maleta en la que siempre había vivido encerrado sería ahora la maleta que le conduciría a la libertad, o al menos a una nueva vida. Su caja, era ahora su barco, su avión, su tren, su vía de escape. Ya no tendría que aguantar que nadie guiara su camino, ni le marcara sus pasos, ni le pusiera voz. Ahora sería él mismo quien (sin meterse la mano en la espalda) fuera donde le diera la real gana y dijera lo primero que se le pasara por la cabeza. Asique cogió su maleta, salió por la puerta y se metió en el primer tren de salida, sin siquiera pensar donde pararía, porque eso le daba igual.
¿Le daba igual? Vaya, de repente le vino algo a la cabeza, se sentó, respiró hondo para pensar claramente, relajado, y se dijo:

Bien, el primer paso ya está dado, soy libre, he salido de aquel lugar del que ya estaba tan harto, ahora puedo ir donde quiera, decir lo que deseé, hacer lo que me apetezca... Pero, ¿Donde quiero ir, y para qué...? Si en todas partes será igual...Total...

Bueno, poquito a poco...
Un saludo, besitos de madera...

1 comentario:

NERIM dijo...

Me encanta MONCHITO. Es el verdadero yo interior que todos/as llevamos tiempo escondiendo.
Eres un genio, de verdad. No sabía de ésta aficción tuya y he de decirte que me has sorprendido muy gratamente.
¿Qué pasa con María? Pobre Monchito, haber si conoce a una María un poquito de madera como él, que no es bueno estar tan sólo, que luego se piensa demasiado...
Bueno, que me encanta ésto que haces y tengo una pregunta: ¿En qué o quién te inspiras pata escribir tantas cosas? es pura curiosidad.
Acabas de ganar una seguidora incondicional.
Besitos de madera para ti desde Bilbao.
MIREN.